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miércoles, 17 de enero de 2018

El profesor Marston y la Mujer Maravilla

El profesor Marston y la Mujer Maravilla (Professor Marston and the Wonder Women, EUA, 2017), de Angela Robinson. Es una feliz “coincidencia” que justo en el año en que se estrena la Mujer Maravilla, de Patty Jenkins, aparezca también la cinta que cuenta cómo fue que se forjó este personaje de historieta, nacido de las obsesiones del psicólogo del título, interpretado por Luke Evans, en torno a la conducta humana y en especial a su sexualidad. Ni se imaginan, me parece, los entusiastas de la película de Jenkins (o de la serie de televisión protagonizada por Lynda Carter en los setenta), la reivindicación de una sexualidad gozosa en los cómics originales, así como el regodeo en prácticas como el sadomasoquismo, el cosplay y el bondage, que podía verse en estas historietas, para nada inocentes, sino cargadas de ideología: la reivindicación de una mujer emancipada y fuerte, encarnada en la heroína en cuestión. Así, el filme de Robinson (antes directora de ciertos episodios de True Blood), nos cuenta la gestación de la Mujer Maravilla, que tiene lugar en Norteamérica, entre la década de los veinte y los cuarenta: Marston y su esposa, Elizabeth (Rebeca Hall), trabajan en un college, Radcliffe, en donde ambos tratan de desarrollar una nueva tecnología, el detector de mentiras. Para ello y otras tareas se une a ellos una joven asistente, Olive (Bella Heathcote), con quien la pareja terminará teniendo un apasionado romance y un longevo enamoramiento, que además será también una productiva colaboración intelectual: de hecho, el éxito final del detector de mentiras será obra de ellas. Sin embargo, por ese romance tan poco común comienzan las penurias del profesor, cuestionado por la sociedad de la época por sus prácticas de amor libre, que luego son el alimento de su criatura más famosa: Diana, la Mujer Maravilla. La teoría del profesor, expresada en el libro Emotions of Normal People y combinada por su fascinación con el erotismo, se convierte en la justificación ideológica de la superheroína: el lazo, que obliga a los villanos a decir la verdad, es una variante del detector de mentiras, mientras que el traje de Wonder Woman proviene del armario de un francés libertino vendedor de lencería. Sin embargo, la verdadera hazaña será, como veremos, la defensa de un amor atípico, que de verdad precisa de mujeres maravilla. De ahí que uno de los aciertos sea el desempeño del elenco, que además aprovecha el pasado como héroe épico de Evans, mientras se regodea en la belleza de Heathcote, protagonista de escenas de nalgadas, tríos y ataduras. Es decir, estamos ante una película erótica que le da otro sentido al popular personaje, al mismo tiempo que realza el papel de la mujer en nuestras sociedades. 

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