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sábado, 30 de noviembre de 2013

Injusticia para el rey despreciado

Stephen King es un autor tan despreciado como leído, el eterno blanco de las críticas de quienes piensan que su ficción no tiene un estatuto literario. Acerca de los criterios para clasificar algo como “literatura” se ha debatido ampliamente, aunque la riqueza de esa discusión no se haya reflejado necesariamente en la disponibilidad de mejores herramientas para enfrentarse con mayor consistencia con la incertidumbre que suele provocar “lo literario” entre todo tipo de lectores.
Lo cierto es que King es un constructor de ficciones, un contador de historias que ha encontrado gran eco en millones de lectores. Decía el crítico mexicano José Luis Martínez que en lugar de quejarse de la indiferencia de los lectores, quienes escriben deberían preocuparse por producir una literatura en la cual la gente pudiera interesarse.
King ha logrado esto último con creces (es uno de los narradores norteamericanos más conocidos en el mundo), todo ello sin perjuicio de las carencias que pueda tener como contador de historias, susceptibles de ser discutidas sin apasionamientos.
(Ver, en este sentido, la valoración que hace el escritor mexicano de literatura fantástica Alberto Chimal de la obra de King, en su crítica de una de las novelas de este, Cell: “El día de losbípedos”, blog Las historias, entrada del 21 de enero de 2007).
En cierta medida, a esos problemas en torno a la escritura y la lectura se hace referencia en la serie de televisión que hoy comentamos. Un saco de huesos (Bag of Bones, EUA, 2011), de Mick Garris, con guion de Matt Venne, adapta la novela del mismo nombre que King publicó en 1998. La serie puede verse en Netflix en dos partes, aunque a veces se exhibe como una cinta de tres horas.
Un saco de huesos cuenta la historia de Michael Noonan (Pierce Brosnan, algo sobreactuado), un novelista de éxito que luego de experimentar una tragedia personal sufre bloqueo de escritor. Con la intención de aclarar ciertos detalles de su pasado y avanzar en su nueva novela, Noonan se hospeda en una cabaña de su propiedad, en un pueblo de Maine, Dark Score. Ahí tendrá que aclarar un crimen que se cometió décadas atrás en el pueblo.
Un defensor de King como el novelista peruano Santiago Roncagliolo, dice que el autor de El resplandor se distingue por profundizar en la psicología de sus personajes, algo de lo cual carece buena parte del cine de terror contemporáneo, ocupado en la mostrar una violencia muy gráfica, supuestamente mejor entre más repulsiva (ver su artículo “Yo sé quién no ganará el Nobel”, El País, 22 de septiembre de 2013).
Lo mismo puede decirse de Bag of Bones, al menos en su primera parte, cuando se ocupa de mostrar el dolor por el cual atraviesa su personaje principal, Mike Noonan. El terror toma la forma de pesadillas (algunas bastante efectivas) que nos revelan la intimidad del personaje, aunque es extraño que no sepamos casi nada del contenido de sus obras: ¿qué tipo de best sellers escribe?
Recordemos lo escrito por Roncagliolo, quien nos dice que King ha “escrito ensayos sobre narrativa, entre ellos, Mientras escribo y Danza macabra. Además de esos textos, novelas como Un saco de huesos atestiguan la agudeza y profundidad de su pensamiento sobre la literatura, y sobre los fantasmas interiores del escritor”. Ciertamente, en la serie que comentamos hay una muestra de ese interés por mostrar la neurosis del artista y la forma en la cual un autor lidia con ella. Luego, esos fantasmas dejarán de ser solo “interiores”, en una serie que se decanta por lo sobrenatural.
En el pueblo, en Dark Score, nos encontramos con el escenario natural de muchas películas de terror: la cabaña junto al lago y el pueblo donde los habitantes parecen guardar un secreto. Hay una notable incomodidad que contrasta con la belleza y la frescura de uno de los personajes, Mattie (Melissa George), cuya hija, Kyra (Caitlin Carmichael), es el objetivo del corrupto caudillo local, Max Devore (William Schallert). Sin embargo, la que está a punto de llevarse la película es la temible Rogette (Deborah Grover), la asistente ¡y guardaespaldas! del millonario.
La trama se enriquece con las referencias a los mitos locales, como en el caso de una cantante negra de jazz que será una figura clave en la solución del misterio de Dark Score y su “locura”. Quienes hayan visto La dama de negro (The Woman in Black, 2012), de James Watkins, aquella película de terror protagonizada por Daniel Radcliffe, encontrarán ciertas similitudes. 
Lamentablemente, Bag of Bones naufraga por completo en su segunda parte, por culpa de escenas realmente ridículas (el ataque del árbol humanizado, por ejemplo), así como los típicos errores de las películas de acción (el carro que, sin más, explota). Poca justicia para un rey del terror. [Publicado originalmente en el periódico mexicano Primera Plana, el 29 de noviembre de 2013]



Salud pública a precio de guerra futurista

La teoría del cine de autor, que defiende la recurrencia de determinadas características en las películas de un cineasta, se confirma con creces en el caso de Elysium (EUA, 2013), de Neill Blomkamp. Como se recordará, este realizador sudafricano llamó poderosamente la atención con su anterior película, Distrito 9 (2009), acerca de una colonia de extraterrestres afincada nada menos que en la Sudáfrica contemporánea y su convivencia (nada pacífica) con los humanos; una suerte de referencia al apartheid que además funcionaba como comedia delirante y película de acción. En Elysium, Blomkamp confirma su interés por ambientar sus películas en zonas de conflicto, en este caso una futurista Los Ángeles.
Estamos ante una película acerca de la decadencia de la Tierra que llega en un año en el cual este tipo de relatos ha abundado. Ya antes comentamos en este espacio Oblivion (con Tom Cruise) y hace poco se estrenó con poca fortuna comercial Después de la Tierra, protagonizada por la familia de Will Smith. Por lo demás, la distopía es una de las constantes del cine de ciencia ficción, con numerosos ejemplos que seguramente el lector recordará: El planeta de los simios, Mad Max... Los días del planeta están contados y el futuro necesariamente será nefasto, todavía más desigual y violento que el actual.
En ese sentido, la premisa de Elysium no es del todo novedosa. La Tierra está devastada por el desastre ecológico y las clases altas han emigrado a un satélite artificial que se encuentra en la órbita terrestre, llamado precisamente Elysium, donde el aire es limpio y las enfermedades degenerativas y los daños corporales más drásticos son curados por máquinas milagrosas; en esto último radicaría la nota de “innovación” que se pide en estos casos. En cambio, en la Tierra impera la enfermedad y la muerte, de ahí que emigrar hasta el satélite (ilegalmente, desde luego) es el sueño de muchos.
Max (Matt Damon) es un excriminal que ahora se gana la vida honestamente como empleado de una fábrica. Pero, por un accidente, se verá obligado a retomar sus viejas actividades, para tratar de llegar hasta el ansiado satélite y cumplir con una misión casi imposible.
Es decir, de nuevo hay una reivindicación revolucionaria contra los poderosos, porque la ciencia ficción pone de manifiesto, acaso con más frecuencia que ningún otro tipo de historia, las fricciones entre el Estado, la llamada “sociedad civil” (en este caso armada hasta los dientes) y un conjunto de aristócratas.
Sociedad robotizada en todos los sentidos, el gobierno de Elysium supone una fragilidad que será aprovechada por sus oponentes, con Max a la cabeza de una guerra que Blomkamp presenta con el virtuosismo que ya había demostrado en la citada Distrito 9. Cineastas de acción hay muchos y muy buenos, pero con poca frecuencia nos encontramos con uno que se preocupe por el dibujo de los personajes, así como por conocer sus motivaciones, que en el caso de Max son explícitas de sobra. Pero, no ocurre lo mismo con los villanos, producto de cierto maniqueísmo.
Jodie Foster saca adelante el papel de la secretaria de defensa, lo cual incluye un alegato a favor de la mano dura y el trabajo sucio, con una crítica a la doble moral de los gobiernos que desean mantener los privilegios de las clases altas pero sin violencia alguna. En varios casos, veremos cómo la política recurre a la violencia para mantener el orden en Elysium, eso sí, con planos de su rostro tal vez algo afligido. Hago el mal pero con cara triste.
Sin embargo, el otro villano, Kruger (Sharlto Copley) es quien se lleva las palmas. Protagonista de Distrito 9, Copley confirma sus dotes para la comedia, aunque se trate del retorcido sentido del humor de un sicario, que será el principal oponente de Max.
El guion de Blomkamp, sin embargo, desaprovecha algunas de sus propuestas, como el hecho de que la fábrica donde los proletarios trabajan sin ninguna garantía se dedica al ensamblaje de los mismos robots que luego reprimirán a la población. Una debilidad del sistema que nadie parece notar.
No obstante, Elysium se disfruta como un entretenimiento que se muestra capaz de sobrellevar sus limitaciones, que en todo caso parecen ser las propias de una ciencia ficción tan cruel como complaciente con su público, ansioso de redención (aunque sea en el futuro). Que tome nota Obama para su reforma de la salud pública.


martes, 19 de noviembre de 2013

Salto mortal y romántico en el tiempo

Vaya manera de revitalizar la comedia romántica, con el riesgo mayúsculo de la mezcla genérica. Seguridad no garantizada (Safety Not Guaranteed, EUA, 2012), de Colin Trevorrow, cuenta una historia de lo más original. En la Norteamérica actual, Darius (Aubrey Plaza) es una joven solitaria, quien “trabaja” en una revista de Seattle. Uno de los reporteros, Jeff (Jake Johnson), la recluta para que lo acompañe en una misión, que consiste en hacer un reportaje acerca de un misterioso anuncio que aparece en los clasificados de un periódico:
“SE BUSCA a alguien que viaje en el tiempo conmigo. Esto no es una broma. Recibirás tu paga cuando regresemos. Debes traer tus propias armas. Solo he hecho esto una vez. SEGURIDAD NO GARANTIZADA”.
En efecto, hay material para un buen reportaje, entrevistar a la persona que puso el anuncio para explorar en su sofisticada extravagancia. Jeff, Darius y el joven de origen indio Arnau (Karan Soni), se trasladan hasta Ocean View, Washington, el pueblo de referencia, para encontrar al viajero en el tiempo.
Así, Darius contacta a Kenneth (Mark Duplass), el supuesto viajero. De inmediato se desarrolla entre ellos una relación que, más que de periodista-espía infiltrada en los territorios de un loco, al parecer inofensivo, se vuelve de complicidad.
Hay varios momentos brillantes en Seguridad no garantizada, producto de un humor profundamente incorrecto, como cuando la jefa de la revista, Bridget (Mary Lynn Rajskub), maltrata a la empleada quien, para colmo, trabaja sin cobrar porque se dedica a hacer méritos. Por si fuera poco, Bridget asegura que ese es precisamente su trabajo, maltratar a sus subordinados.
O la junta de reporteros, en la cual uno de ellos, arrogante, se refiere a sus compañeros como “la lesbiana y el indio”. En una escena de persecución, un grupo de negros conversa tranquilamente al fondo, así que los “héroes” se niegan a bajar del carro cuando la chica se los pide: ¿Qué pasa, son racistas?, les dice.
Estamos ante una comedia delirante cuya historia pasa por una predecible evolución: al principio, en Seguridad no garantizada se hace leña del árbol caído, en este caso la chica inadaptada que no encuentra su lugar en el mundo desde que perdió a su madre de niña. Hay que asegurarse de que el personaje toque fondo para luego redimirlo. Como estamos ante una comedia romántica, la redención del personaje se supone vendrá con el descubrimiento del amor ideal, capaz de vencer todos los obstáculos. No obstante, para que esto tenga lugar hay que recurrir a una de las soluciones más arriesgadas de los últimos años. Arriesgada pero ¿efectiva?
Es decir, no ponemos en duda que Seguridad no garantizada se rebele contra las comedias románticas al uso por medio de una verdad que se revela en su última escena (y cuyo contenido no aclararemos aquí). Lo que nos parece dudoso es su pertinencia. El guionista, Derek Connolly, tiene muchas explicaciones que dar.
Sin embargo, estamos ante un romance de particular intensidad y entrega. Plaza está excelente como la chica solitaria y Duplass interpreta a su extravagante personaje con un estoicismo que trata de mantener intacto incluso en los momentos más vergonzosos, como en la hilarante escena del asalto.
Lo cierto es que el gran desafío al cual se enfrentan los personajes no radica en los “hombres de negro” que los acosan, sino en el tan llevado y traído amor. En determinado momento, comprobamos que el principal interés de Jeff no es precisamente el periodismo, porque sus motivos para viajar a Ocean View son otros, muy distintos. Sin embargo, está a punto de pasar por un proceso de descubrimiento, como les ocurre a otros personajes.
Seguramente capaz de dividir (o confundir) a su público, los méritos de Seguridad no garantizada acaso se anuncian desde su título. ¿De verdad sabemos lo que ocurre en la última escena? Y aquí invitamos al lector que no haya visto la película a que deje de leer. No hay que descartar que haya ocurrido una desgracia, como un suicidio ritual. De cualquier forma, la comedia romántica se resuelve como una entrega fanática a lo desconocido. ¿Hay una demostración más grande de confianza? [Originalmente publicado en el periódico mexicano Primera Plana, el viernes 15 de noviembre de 2013]
 

domingo, 10 de noviembre de 2013

Otra visita frecuente e indeseable

Hay que decirlo pronto: los fantasmas no existen. Desde luego, eso no impide que el arte pueda utilizarlos como personajes, como ocurre desde hace siglos en diversas ficciones. Como dijo el escritor argentino Adolfo Bioy Casares, un ejemplar exponente del tipo de historias que nos ocupa: “Viejas como el miedo, las ficciones fantásticas son anteriores a las letras. Los aparecidos pueblan todas las literaturas”.
Así que nos atenemos a la afirmación del inicio, aunque con determinadas condiciones: lo que nos importa es que la representación del fantasma como problema se lleve a cabo con apego a cierta verosimilitud: “lo imposible verosímil es preferible a lo posible pero no convincente”, dice Aristóteles.
Por ejemplo, los constructores de la multicitada escena de la niña poseída de El exorcista, supuestamente capaz de girar el cuello 360°, pretenden hacernos creer que estamos ante una acción verosímil; pero el espectador no tiene otra opción más que negar la posibilidad de un cuello que, sometido a ese castigo, no se rompe, por más que personaje de vértebras tan particulares esté poseído por el demonio, nos cuentan.
Películas de ese tipo, satanistas, de espantos, apelan a la complicidad del espectador pero este se ve forzado a tomar partido. No es posible, por lo tanto, apelar a un pacto de ficción o a un contrato de inteligibilidad que nos permita apreciar semejantes escenas como verosímiles. ¿Cómo aceptar el caso, aberrante, de un viviente incorpóreo, para colmo con cuernos y cola? (Esos problemas han sido expuestos a detalle en la obra del filósofo español Gustavo Bueno, por ejemplo en el libro La fe del ateo, que aquí parafraseamos).
James Wan, el director de la película que hoy nos ocupa, El conjuro (The Conjuring, EUA, 2013), se ha interesado ampliamente en el cine de terror, en varias de sus presentaciones. Él tiene el dudoso honor, nada menos, que de ser el padre de Saw, película de varias secuelas a propósito de la cual tuvo que acuñarse un rótulo, el torture porn, es decir aquella película hiperviolenta, gráfica, cuya fórmula fue imitada una y otra vez para beneplácito de los amantes del cine más gore (es decir, extremadamente sangriento).
Sin embargo, Wan también ha explotado otras posibilidades del terror, como la vertiente sobrenatural de la cual hablábamos al principio, como en La noche del demonio (Insidious, 2010), cuya secuela también acaba de estrenarse.
Así que con El conjuro, Wan confirma una vez más su interés en el terror sobrenatural, en este caso con el clásico referente de la casa embrujada. En otra historia acerca de lugares embrujados, Eso (It, 1986), novela de terror sobrenatural de Stephen King, uno de los personajes, investigador de lo oculto, expone las implicaciones del adjetivo “embrujada”, haunted, como se dice en inglés:
«Haunted: “Visitado con frecuencia por fantasmas y espíritus.”
»Haunting, el adjetivo correspondiente: “Que vuelve a tu mente con insistencia; difícil de olvidar.”
»To haunt, el verbo: “Perseguir o aparecer con frecuencia, especialmente fantasmas.” Pero… la palabrita se usa para mucho más. ¡Veamos! “Lugar visitado con frecuencia, nidal, guarida, querencia…” El subrayado es mío, por supuesto.
»Y una más. Ésta, como la última, es una definición de haunt como sustantivo, y la que más me asusta: “Sitio donde comen los animales.”»
El conjuro, entonces, es la historia de una casa frecuentada por fantasmas, donde estos se alimentan del cuerpo de otros. Así lo descubren los protagonistas de la historia, un par de cazafantasmas, Lorraine (Vera Farmiga) y Ed Warren (Patrick Wilson), en el proceso de ayudar a una familia, los Perron, propietaria de la vivienda en cuestión; todo ello (he ahí las ansias de verosimilitud), inspirado en un caso real. ¿En qué medida se logra con éxito representar el problema del fantasma? A medias, sería la respuesta.
En algunas escenas (la muñeca repulsiva que cambia de sitio y atormenta a sus dueños, la sábana que delata la presencia de un espectro), Wan acierta. O bien, modula la sorpresa con efectividad, como en el juego de los aplausos.
Pero otras veces, como en el caso de la percepción extrasensorial de Lorraine, El conjuro es de una enorme vulgaridad, sin perjuicio de su enorme éxito. Estamos, por lo tanto, a una película desigual que, en su última escena, recurre a lo más cuestionable de una tradición acrítica que tiene El exorcista como modelo. Para mal, desde luego. Lo mejor: la actuación de Lili Taylor como la atribulada madre de familia.