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sábado, 22 de septiembre de 2012

Afectada postal de la barbarie

Nada que objetar a quienes dicen que la película de esta semana, Días de gracia (México| Francia, 2011), de Everardo Gout, señala el grave problema provocado por la delincuencia organizada en México y sus vínculos con quienes deberían combatirla. La corrupción policiaca está a la vista, como se ha visto una y otra vez en las noticias que nos hablan de agentes que colaboran con el crimen.
Sin embargo, mucho se puede decir acerca de la forma en que esa corrupción delictiva (innegable, repetimos) es finalmente representada en la película de Gout.
La llamada de atención no va dirigida hacia los asuntos que Días de gracia aborda, de acuciante actualidad, sino hacia las formas, en esta ocasión caracterizadas por la incorporación de técnicas del cine norteamericano de acción de los últimos años.
México está enfermo y la opción para evidenciarlo es por medio de abruptos cortes de edición, cámara en mano, encuadres cerrados e imprecisión espacial. No se sabe lo que ocurre en pantalla ni dónde, algo que ha sido llamado continuidad intensificada (la expresión es del crítico David Bordwell). Otro crítico, Matthias Stork, prefiere el rótulo cine del caos (ver “Chaos cinema [...]”, Press Play, 22 de agosto de 2011). Imposible no pensar en el cine de Michael Bay, de la saga Transformers. O en las producciones de Jerry Bruckheimer, quien ha trabajado con el anterior.
Días de gracia, hay que decirlo, es una película muy osada en su trama. Presenta tres líneas argumentales separadas, como decíamos, por largos períodos. Para guiarse en el laberinto a veces es más importante escuchar que ver: por medio de voces provenientes de alguna televisión nos enteramos de que las historias están ambientadas en 2002, 2006 y 2010, durante las respectivas copas mundiales de futbol.
El recurso recuerda Corrupción judicial (Bad Lieutenant, 1992), de Abel Ferrara, quien incorporó el beisbol en su anécdota. Además, el hecho de que cada historia ocurra durante esas gestas deportivas le permite al director insistir en una supuesta mística del futbol que pretende conectar con la tragedia de México.
En Días de gracia hay referentes que remiten ya no al llamado cine del caos sino al thriller emblemático de los noventas, El silencio de los inocentes (The Silence of the Lambs, EUA, 1991), cuando vemos una escena en que un comando llega hasta la casa del asesino, Buffalo Bill; pero al final descubrimos que el director, Jonathan Demme, ha jugado con nosotros: la casa a la cual arriba la policía no es la del asesino porque ha seguido una pista falsa; en cambio, es Clarice Starling quien llega sola hasta la casa correcta. Y aquí el espectador que no haya visto la película que criticamos en esta ocasión hará bien en dejar de leer.
En Días de gracia, lo anterior es reproducido con las debidas variantes. En una de las escenas, vemos a un grupo policiaco que se dispone a entrar en una casa para hacer un arresto. En el interior de la vivienda los criminales se alarman y se disponen a abrir la puerta, pero se descubre que los policías que vemos están a punto de allanar otra vivienda. Luego nos enteramos de que ambas acciones están separadas no solo espacialmente, sino por un periodo de cuatro años. Sin embargo, el criminal que en 2006 abre la puerta y comprueba que no hay peligro para él y sus cómplices descubre que efectivamente hay un arresto en la casa de un vecino. Es decir, la confusión del espectador es por lo menos doble, porque se alternan situaciones de 2006 y 2010.
O lo que ocurre con el dedo cercenado por los secuestradores a su víctima: mutilan a un secuestrado en 2006 y acto seguido el dedo lo recibe un familiar de la víctima. Pero no es sino hasta más tarde cuando sabemos que se trata de dos víctimas diferentes: una de ellas, la segunda, situada en 2010.
Hay, además, otras influencias. Un personaje recibe un tiro y cae de espaldas por el impacto, en un remedo del knockout de Brad Pitt en Snatch, cerdos y diamantes (Reino Unido| EUA, 2000), de Guy Ritchie.
Se ha insistido en que el influjo del cine del caos y la confusión son los problemas de Días de gracia. Sin embargo, nosotros pensamos que diálogos como el siguiente, muy abundantes y pronunciados como grandes verdades, terminan por convertir la película en una afectada postal del México bárbaro que tanto fascina y espanta a los turistas: “Vivir en México es jugártela día con día. A veces ganas y la cuentas; a veces no”. Los tópicos también son formas de la corrupción.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Guerra secreta, tiempo de paz

Cleanskin (Reino Unido, 2012), de Hadi Hajaig, es una película acerca de la guerra santa, la yihad islámica, que en este caso se manifiesta por medio de atentados terroristas que los personajes musulmanes de la ficción dirigen contra el gobierno británico.
“Cleanskin” es una palabra que se usó en el contexto de los atentados del 7 de julio de 2005 en Londres para referirse a los terroristas sin antecedentes que participaron en ellos, como pudo leerse en aquel entonces en el periódico inglés The Guardian (ver “British suicide bombers carried out London attacks, say police”, edición del 13 de julio de 2005).   
Así, el filme que comentamos cuenta la historia de un “cleanskin”, Ash (Abhin Galeya) joven universitario inglés de origen musulmán quien es reclutado por el imán Nabil (Peter Polycarpou) para hacerle la guerra a los infieles, en este caso la sociedad londinense de principios del XXI.
Para detener al joven Ash y a sus cómplices está Ewan (Sean Bean), agente secreto del gobierno británico que está dispuesto a todo para detener a los terroristas: “Amo a mi país. He matado por él y moriré por él”, dice con determinación. Lo que Ewan quiere hacer con los terroristas no podría estar más claro: “Voy a encontrar a cada uno de ellos y les daré la muerte que piden en sus plegarias”.  
Como puede verse, en Cleanskin no es buen momento para hablar de multiculturalismo y alianza de civilizaciones. En cambio, semejante tensión entre contrarios tiene varias consecuencias, entre ellas abundantes escenas de acción entre el implacable Ewan y sus adversarios.
El tratamiento de la historia, sin embargo, no se limita a las aventuras policiacas del agente Ewan, sino que además nos enteramos (por medio de flashbacks) del pasado de Ash, aguerrido estudiante de derecho que luego habrá de convertirse en terrorista.
Ash, entonces, deja de ser un mero objetivo y el espectador tiene la oportunidad de conocerlo un poco más. Sabemos de sus problemas sentimentales con una joven inglesa ajena al islam, atropellada relación amorosa que, como es obvio, se complica por las creencias religiosas del joven y la moral mucho más relajada de la chica. La película parece decirnos que la fatalidad del islam, tal y como lo asume el joven, no es precisamente compatible con la vida de cualquier estudiante en una sociedad pretendidamente laica. 
Cleanskin desvela, de esa forma, la existencia de una guerra secreta en tiempos que la mayoría llama pacíficos, cuando el islam además se reivindica como revolución de la “sociedad civil” en la llamada primavera árabe. Una película que parece disonante ahora que acaba de terminar la gesta olímpica de Londres, precisamente, el encuentro armonista por antonomasia. 
En el pasado, la figura del mártir fue dibujada con precisión en películas como El paraíso ahora (Paradise now), de 2005, distinguida con el Globo de Oro para la mejor película extranjera. Y si bien en Cleanskin no hay esa profundización en las motivaciones del terrorista no se puede afirmar que Ash sea una simple caricatura. Estamos ante uno de los personajes más patéticos que pueden verse en los thrillers recientes de este tipo, lejos de la corrección política de otros filmes acerca del terrorismo como Contra el enemigo (The Siege, 1998), de Edward Zwick o Traitor (2008) de Jeffrey Nachmanoff.
No es fácil abordar el islam en un mundo como el actual, donde la crítica libertaria se esfuerza siempre que puede en denunciar al catolicismo, pero siempre tiene reservas ante otro tipo de confesiones. De ahí que una película sin relativismos como Cleanskin esté condenada a ser señalada por su violencia y su falta de apelación aldiálogo.
La clave para nosotros radica en acentuar que no estamos solo ante un thriller: Cleanskin es una película de guerra y por lo tanto sobre la continuación de la política por otros medios, igual que político es el problema que se atreve a presentar con tanta crudeza.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Monstruoso sentido de la vida

He aquí una película superada por las expectativas que despierta, Prometeo (Prometheus, EUA| Reino Unido), de Ridley Scott. Eso entre el público, al parecer cada vez más escaso, que considera Alien, el octavo pasajero (1979), como una película indispensable. Hay otros, en cambio, que nunca la han visto pero acaso saben de sus excrecencias, como el delirio de Alien vs Depredador.
Alien, ya se sabe, tiene tres secuelas, centradas en Ripley, el sufrido personaje de Sigourney Weaver, quien a lo largo de varias décadas tiene que enfrentarse con una criatura extraterrestre muy mortífera, el xenomorfo, a estas alturas incorporado por completo en la cultura popular.   
Los extraterrestres, se supone, nos visitaron hace millones de años para crear la vida en nuestro planeta y en el año 2093 un grupo de investigadores llega en una nave, la Prometheus del título, hasta el planeta donde tendrán lugar los acontecimientos de la película original.
El espectador iniciado obtendrá datos acerca del origen del temible xenomorfo. El neófito podrá disfrutar de una película que es técnicamente muy meritoria (con una escena gore muy gráfica) y un elenco de lujo, pero cuyas deficiencias narrativas están a la vista.
Hace un par de ediciones comentamos que Batman: El Caballero de la Noche Asciende, es una película espectacular que a veces hace ostentación de su inverosimilitud. Prometeo, en cambio, disimula sus defectos, que provienen de la falta de inteligencia de sus personajes, la mayoría de ellos reputados científicos, para mayor problema, como lo ha explicado con claridad el crítico James Wallestein en su blog Dimensión fantástica.
Sin embargo, paradójicamente, esa es una de las cosas que al final pueden reivindicarse de la cinta y aquí el espectador que valora el suspenso hará bien en dejar de leer. Nos explicamos: Elizabeth Shaw (Noomi Rapace, la hacker sueca de la serie Millennium, como siempre estupenda) y su novio Charlie (Logan Marshall-Green), se dedican a investigar las reliquias que probarían la llegada de los extraterrestres-ancestros a la Tierra.
Así que llegan al planeta de los aliens como dos niños en situación de calle ilusionados con la idea de conocer a sus verdaderos padres. Sin embargo, como es de esperarse, la aventura se convierte en una pesadilla de reptiles violadores, calamares asesinos y viscosidades varias. Lo que al principio parece una peregrinación en busca de luz deviene encuentro brutal con una inteligencia tan superior como arbitraria y violenta. Algo así como si a los vegetarianos se los comiera un tomate.
En ese sentido, la película deja de ser ingenua para convertirse en una lección para científicos empapados de confusa teología, creacionismo y alianza de civilizaciones, lo que va en demérito de los juicios de aquellos críticos (Wallestein, por ejemplo) que insisten en que la envoltura de pretensiones filosóficas de la cinta es vacua, porque al final Prometeo no pasaría de ser un delirio de violencia gráfica. Se equivocan: tiene un lado crítico muy cruel contra los científicos jipis.
Eso no debe confundirse con la típica historia en la línea de Frankenstein: el científico que se cree dios y desafía el mito de la naturaleza. Los científicos de Prometeo, en cambio, confunden la ciencia con sus ansias de armonía con lo trascendente y viajan más de dos años por el espacio porque quieren saber el sentido de la vida. Y así les va.
Otra cosa es que, como decíamos al principio, la película apueste por embonar a la perfección con sus predecesoras, cosa que no ocurre, de ahí la decepción que puede causar en ciertos sectores, los más frikis, quienes ya deberían estar acostumbrados a las traiciones del guionista Damon Lindelof, creador de la caprichosa Perdidos. No obstante, al final sí se resuelven ciertos misterios, como el porqué de la existencia de los xenomorfos. 
Ridley Scott es un director cuyo trabajo siempre es atractivo, con todo y sus fallas. Prometeo no es la excepción  y gracias al desempeño de sus actores logra consolidar nuevos iconos en la serie: el androide David, interpretado por MichaelFassbender, o la mencionada Rapace, quien sabe darle naturalidad a su intervención incluso en las escenas más absurdas. 

 




miércoles, 5 de septiembre de 2012

Mentira política contra el renegado

El legado de Bourne (The Bourne Legacy, EUA, 2012), de Tony Gilroy, es la cuarta entrega de la saga que en el pasado estuvo protagonizada por Matt Damon, entre 2002 y 2007. De hecho El legado… se desarrolla más o menos al mismo tiempo que la tercera parte, Bourne: El ultimátum, en la cual el proyecto del Departamento de Defensa de los EE.UU. para la formación de asesinos internacionales es evidenciado. Así, en El legado de Bourne atestiguamos el intento de un grupo de funcionarios del gobierno en cuestión para ocultar las pruebas de sus manejos.
Evidencia ambulante de esas iniciativas militares es Aaron Cross (Jeremy Renner), uno de los agentes, de ahí que sus jefes quieran aniquilarlo. Esto no será fácil, porque el cuerpo de Cross ha sido transformado genéticamente, es un cyborg, de ahí que su fuerza e inteligencia sean superiores.
La saga Bourne parte de las novelas de Robert Ludlum, que en el cine alcanzaron su culmen bajo la dirección de Paul Greengrass, quien le dio a la serie el estilo, a veces documental, que las identifica; todo ello con los guiones de Gilroy, el actual director de la franquicia.
En la interpretación de Damon, Bourne se hizo famoso como un agente secreto trágico, que no tiene claro quién es; una crisis de identidad canalizada por la sobrevivencia y la venganza que pronto contagió a muchas otras películas, que se vieron forzadas a filmar la violencia al estilo Bourne.
En ese sentido hay que ver la evolución de James Bond con el actor Daniel Craig, la serie Venganza (Taken), con Liam Neeson, Sin salida (Abduction), Misión Imposible 3 y 4, así como Indomable (Haywire), todo ello posterior a Bourne. Héroes que no conspiran tanto y en cambio golpean mucho, como bien explica el periodista Toni García (“El futuro del espionaje ya está aquí”, El País, 15/agosto/2012). 
Nosotros agregaríamos a la lista El invitado (Safe House), con Denzel Washington, Desconocido (Unknown), también protagonizada  por Neeson y por último Cleanskin, con Sean Bean, que prueban la vigencia en taquilla de las historias acerca de las operaciones secretas de la CIA y otras agencias.
El espía que sabía demasiado (Tinker Tailor Soldier Spy, 2011), de Thomas Alfredson, contaba una historia de espías clásica, centrada en las fricciones entre las grandes potencias durante la Guerra fría. Si contrastamos esta con El legado de Bourne, veremos que sus diferencias son enormes, así como distintos son sus objetivos. Tony Gilroy contaba en Michael Clayton, su debut como director, el enfrentamiento entre una empresa millonaria (capaz del crimen con tal de defender uno de sus productos) y el abogado estoico del título, elementos que ahora incorpora en El legado con algunas variantes.
En El legado de Bourne el acento está puesto de nuevo en las proezas físicas de su protagonista durante la lucha cuerpo a cuerpo y en las persecuciones automovilísticas, así como en la búsqueda de una solución para los efectos secundarios de su tratamiento genético. Las pesquisas de Cross recuerdan al replicante Roy Batty de Blade Runner, quien busca a su creador, el Dr. Eldon Tyrell, para que prolongue su vida. En este caso, Cross acude ante el personaje de Rachel Weisz, quien en la película se convierte en su aliada después de una escena que incluye otra referencia cinematográfica; nos referimos a la escena entre el Kyle Reese y Sarah Connor en Terminator: “Ven conmigo si quieres vivir”.   
Si la semana pasada mencionábamos el caso del Batman de Nolan, carente de superpoderes aunque reivindicador del orden estatal por medio de la tecnología y el altruismo, la nueva entrega de Bourne remite a los intentos de un imperio por preservar su poder por medio de elementos propios de la ciencia ficción, como queda claro en la escena que sirve para presentar al enemigo que Cross enfrenta en Manila. Todo ello mientras el héroe trata de evitar ser procesado por el sistema como “daño colateral”.
Un imperio capaz de recubrir el globo con sus acciones y de imponer la mentira política, como queda claro en el discurso del villano, interpretado por Edward Norton. Con la crónica de ese dominio político la película confirma su condición de gran espectáculo, como queda claro en la escena del lobo, de la pelea en la cabaña o en la persecución por Manila. Las virtudes del héroe no hacen sino reafirmar la fortaleza de sus adversarios.