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sábado, 26 de mayo de 2012

Pizarro en plan vaquero

El primer gran acierto de Blackthorn. Sin destino (España| EUA| Bolivia| Francia, 2011), de Mateo Gil, es retomar a un personaje emblemático de la mitología del cine de vaqueros norteamericano, nada menos que Butch Cassidy, el conocido asaltabancos, interpretado por Paul Newman en Butch Cassidy and The Sundance Kid (1969), de George Roy Hill, una película conocida en España como Dos hombres y un destino.
Como se recordará, Butch y su compañero, Sundance (Robert Redford), huyen de Norteamérica, donde son perseguidos por la ley, para tratar de seguir con su pillaje en Bolivia, donde finalmente el ejército los ultima en 1908.
La cinta de Mateo Gil, conocido por su labor como guionista para el también español Alejandro Amenábar, recupera a Butch Cassidy; como se nos explica, en realidad este no murió en aquella escaramuza y ahora, veinte años más tarde, es un hombre viejo que se hace llamar John Blackthorn. 
El otrora bandido vive tranquilamente retirado, con una amante aborigen, Yana (Magaly Solier) y con planes de volver hasta su país. Todo eso hasta que se ve envuelto en una nueva y violenta aventura.
El segundo acierto de la película es elegir a Sam Shepard para interpretar a Blackthorn/Cassidy. Pocos personajes son tan interesantes como el antihéroe crepuscular, enfrentado en su vejez con una violencia que ya no tiene nada qué ver con los códigos de sus mocedades; en el ocaso de su vida, se enfrenta con un desafío más brutal, criminales que ya no discriminan a sus víctimas, como lo dice Mackinley (Stephen Rea), el policía que ha perseguido al bandido durante años. Una queja parecida a la del agente Ed Tom Bell (Tommy Lee Jones) en Sin lugar para los débiles (No Country for Old Men).
En los años veintes, Mackinley se refiere a la desaparición del bandido como suerte de Robin Hood benefactor; décadas más tarde, en los ochentas, el viejo Ed Tom Bell presencia lo que será el nacimiento de un nuevo criminal, más sanguinario, antecedente del mismo que ahora aterra México y que no respeta a nadie. Hasta el crimen es susceptible de degenerarse, como en Blackthorn se apunta sin ironía y más bien con amargura. Una perversión que a Shepard le toca enfrentar con su habitual temple y estoicismo.
A favor de Blackthorn también puede apuntarse la forma en la cual aprovecha un paisaje, el boliviano, con las panorámicas típicas del western, sobre todo en la escena del Salar de Uyuni. Como en Dos hombres y un destino, la cercanía del adversario se anuncia por una nube de polvo, formada por los jinetes que persiguen a los bandidos.
Para España el cine de vaqueros no es para nada extraño, desde que en Almería se filmaron aquellas películas del llamado spaghetti western. Sin embargo, estamos ante un tipo de cine que, a pesar de su popularidad en España, es atípico en la producción local y para nada una garantía de taquilla, como lo prueba el desempeño de Blackthorn.
El escritor español Javier Marías, un apologista del género, ha escrito que vivimos en una época particularmente intolerante ante la violencia propia del cine de vaqueros, que se quiere ver como la crónica de una época salvaje que hace tiempo se habría superado. Sin embargo, no es su violencia (sin la cual el western simplemente no existiría) lo que tenemos que reprocharle a la cinta.
Si analizamos con más detenimiento Blackthorn, vemos que su historia en parte se sostiene por un conjunto de prejuicios. El argumento no deja de apelar a mitos oscurantistas que han probado su vigencia en asuntos de tanta actualidad como las recientes disputas por el petróleo argentino. Esa es una de las cuestiones de fondo en Blackthorn, producción española que ha elegido a sus villanos de una forma que, para infortunio de los españoles, no nos extraña.
Película nominada al Goya (el premio principal de la cinematografía española), protagonizada por un actor español, Eduardo Noriega, el europeo Mateo Gil y su guionista, Miguel Barros, recurren a la leyenda negra al mejor estilo de Evo Morales, tal vez porque quisieron integrarse mejor bajo su reputación de colonialistas.
La cuestión no es para nada baladí. Durante años, el apache fue el villano central del western, en paralelo con la Guerra Fría y su demonización del soviético. La película de vaqueros participa de las ideas de la sociedad norteamericana, de la misma manera que esta película española en particular no es para nada inocente. ¿Para cuándo una película de vaqueros española en la cual los villanos sean alemanes o franceses? El Fuerte España asolado por una tribu europeísta. Se podrá argumentar que Mateo Gil no está obligado a poner su cine a las órdenes de ninguna causa, por más buena que sea. Pero eso es precisamente lo que ha hecho con su apelación a viejos sentimientos de culpa. Excelente en el plano técnico, cuando se trata de ideología Blackthorn es la caricatura de un Pizarro en plan vaquero.

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