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lunes, 2 de abril de 2012

Despedida interminable

Estrella indiscutible del viejo Hollywood, ahora icono que siempre impacta desde las paredes de la galería, el café o el antro, la sensualidad de Marilyn Monroe y sus conocidos problemas emocionales están en el centro de Mi semana con Marilyn (My Week with Marilyn, Reino Unido| EUA, 2011), de Simon Curtis, película que recrea lo sucedido en Inglaterra durante la filmación de El príncipe y la corista en 1956, película en la cual la bella actriz desquició el rodaje.
La cinta está contada desde la perspectiva de uno de los asistentes de la producción, el cándido aristócrata Colin Clark (Eddie Redmayne), quien años más tarde contaría en sus memorias su fugaz romance con la actriz.
Convocada por el actor Laurence Olivier (Kenneth Branagh), Marilyn llega hasta Inglaterra para protagonizar una película y al mismo tiempo compartir la telenovela de su vida. Todo está ahí, como en un episodio de E True Hollywood Story: su conflictivo matrimonio con el dramaturgo Arthur Miller (Dougray Scott), su dependencia de su profesora de actuación, Paula Strasberg (Zoë Wanamaker), sus adicciones y su carácter impredecible.
Dar vida a un icono de esa talla no es nada fácil y para ello se eligió a la también norteamericana Michelle Williams, quien en los últimos años se ha especializado en interpretar a mujeres atormentadas: la ama de casa frustrada por la homosexualidad de su esposo en Secreto en la montaña; la esposa suicida de La isla siniestra (Shutter Island); o bien la compañera hastiada del amor en Triste San Valentín (Blue Valentine).
Se ha dicho que la personalidad y el magnetismo de Marilyn acaso resultan inimitables. Así lo dice Javier Ocaña en El País. Por lo demás, estamos ante un reparo común cuando se trata de películas biográficas. Sería interesante, más que escuchar a los críticos, a veces reticentes, como Manohla Dargis en The New York Times o entusiastas como Roger Ebert, conocer la opinión de los viejos, quienes asistían a los cines, como el joven Colin, para ver a una rubia provocativa coquetear y mover su cuerpo voluptuoso y deseado, en una suerte de compensación para una fantasía erótica nunca satisfecha. Todo eso mucho antes de los homenajes de la vampira Madonna, así como del atrevimiento de toda diva del espectáculo afecta a ponerse una peluca rubia platinada, aunque también en años ajenos a la pornografía más explícita de hoy.
En ese sentido, Williams atina a representar la facilidad para la seducción, el berrinche y el quebranto emocional que se le atribuyen a Marilyn, al mismo tiempo que gracias a la caracterización logra evocar la sensualidad de la actriz, un logro para nada vano si pensamos que la belleza de Williams es más bien sencilla. Quienes la hayan visto interpretar a la rubia promiscua y trágica de Dawson’s Creek, aquella telenovela dirigida a los jóvenes de finales de los noventas, podrán atestiguar la evolución de Williams como intérprete, desde luego favorable.
Puede argumentarse que Curtis es un director de productos para la televisión, cuyo formato en ocasiones es demasiado correcto o simplemente cumplidor al momento de contar historias. Y si bien formalmente no hay grandes aciertos en Mi semana con Marilyn, la historia es entretenida y en sus escenas finales capaz de aludir, sin mencionar para nada el asunto, apenas con una canción y una foto fija de un rostro hermoso, a la muerte de la actriz.
Además, para el espectador atento a los detalles, hay un par de planos en los cuales pude apreciarse el libro de cabecera de Marilyn, que no es otro que el Ulises de Joyce, libro juzgado como genial pero también como simplemente insoportable. En Mi semana con Marilyn vuelve a hacerse la broma de aquella fotografía de Eve Arnold, quien inmortalizó a la verdadera Marilyn mientras ésta posaba con la novela de Joyce, muy concentrada en la lectura de las páginas finales, en una suerte de chiste autocrítico acerca de su nivel intelectual.
Los créditos finales son un adiós más a una mujer que ha maravillado a generaciones, que por lo visto no se cansan de recordarla y de despedirse de ella.

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