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domingo, 18 de marzo de 2012

La madurez es para mediocres

Adultos jóvenes (Young Adult, EUA, 2011), de Jason Reitman, el director de Juno, es una película cuya temática a estas alturas ya es típica de los últimos años, cuando la visión más bien amarga de la vida adulta como una etapa de mínimas retribuciones cada vez es más común en la comedia romántica norteamericana, aún en sus manifestaciones más vulgares.
Véase, por ejemplo, Pase libre (Hall Pass), de los hermanos Farrelly, cuyo impulso cómico está alimentado por el patetismo de sus personajes, hombres casados que pretenden escapar de la rutina de sus vidas por medio de hipotéticas aventuras con jovencitas. Obviamente, las consecuencias de semejante objetivo resultan ridículas.
Estamos ante la crisis de los cuarentones convertida en asunto prioritario, como también ocurre en La boda de mi mejor amiga (Bridesmaids), en las antípodas de series de televisión como Modern Family, por ejemplo, que pone en el centro de la atención a familias lo suficientemente exitosas como para soslayar sus problemas cotidianos, nunca demasiado graves.
Así, 2011 fue el año de la burla a costillas del adulto fracasado que lucha por recuperar la estabilidad familiar  al mismo tiempo que se desengaña de las supuestas ventajas de las relaciones sin compromiso (como en Crazy Stupid Love).
Sin embargo, la principal apuesta de Adultos jóvenes, a diferencia de los otros filmes citados, es renunciar a la moraleja (al “moralismo”, dirán algunos) para en cambio mostrar el empecinamiento de su personaje principal en su renuncia al ideal de las mayorías que a ella le resultan mediocres: la casa en los suburbios, el trabajo estable, la pareja, los niños (“los bebés son aburridos”).
La alternativa a esa trampa en que se ha convertido la existencia del otrora joven despreocupado y moderno, está encarnada en una belleza rubia y displicente, incapaz de conmoverse con la desgracia ajena pero que al mismo tiempo se concibe, a pesar de la evidencia, como una persona por encima de los límites del adulto provinciano. 
Mavis Gary (Charlize Theron) se gana la vida como escritora fantasma, alguien que redacta libros que son firmados por otros, en este caso una saga para adolescentes venida a menos (algo que luego da pie a un chiste sobre Crepúsculo). Así, sus aventuras en su pueblo natal, a donde vuelve para recuperar lo que según ella le pertenece (su antiguo novio, ahora casado y con un bebé), están acompañadas por la lectura en voz en off de la última historia de la serie. En ese paralelismo están algunos de los mejores momentos de la película, con la hilarante autocomplacencia del personaje principal. 
Interludios musicales a cargo de Teenage Fanclub y “The Concept”, una canción que parece escrita para el personaje. Luego, sesiones de manicura y salón de belleza para dejar impecable a una persona que previamente habíamos visto en su caótico departamento. Mavis se engaña por medio de rituales de consumismo y un pasado que se adivina menos glorioso de lo que parece, pero nadie la enfrenta.
La excepción es Matt (Patton Oswalt), de la misma generación de Mavis y que en aquellos años sufrió una experiencia muy violenta; pero el guión de Diablo Cody (quien también colaboró en Juno con Reitman) no se detiene al momento de ridiculizar la desgracia de Matt, para quien no hay “violencia de género” que valga.
Roto y lúcido, Matt recuerda a otro personaje de otro contexto muy distinto, elenano Tyrion Lannister de la saga novelística Canción de fuego y hielo (interpretado en su adaptación televisiva, Juego de tronos, por Peter Dinklage). Y a quienes la comparación les parezca forzada, que reparen en las figuras de acción que Matt construye con devoción.
Otro de los personajes, el príncipe azul convertido en papá, Buddy Slade, es interpretado por Patrick Wilson, que en el pasado encarnó a un personaje en una situación parecida en Juegos secretos (Little Children).
Con humildad, la película renuncia a dar lecciones de vida y en cambio se regodea en alimentar el cinismo de su personaje, cuando lo rescata de las situaciones más humillantes por medio de una sabiduría muy cruel en la cual apenas hay sitio para privilegiar a unos pocos.

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