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lunes, 3 de octubre de 2011

La gran aventura del verano



Pocos cineastas han sido tan admirados y criticados como Steven Spielberg. Sin duda se le reconoce como el constructor de algunos de los hitos cinematográficos más significativos desde los años setentas, con Tiburón, E.T. e Indiana Jones en su repertorio, al mismo tiempo que se le señala, a veces desde el nihilismo, como un propagandista de la familia y sus valores.
O bien, como un cineasta técnicamente dotado pero fallido al momento de hacer “cine de arte”, como le habría pasado con películas como El imperio del sol o Salvando al soldado Ryan. Lo cierto es que su cine es representativo de una época, mientras que su capacidad de influir a cineastas más jóvenes es una muestra de su permanencia en el centro del debate acerca de la vitalidad de una industria en plena transformación.
El “discípulo” en este caso es JJ Abrahams (1966), quien se dio a conocer a finales de los noventas como el creador de la telenovela Felicity. Más tarde tuvo otro éxito con la serie de acción y espionaje internacional Alias y en 2004 se estrenaría con gran impacto Perdidos, todo un fenómeno televisivo para los amantes de la fantasía.
Guionista de cierta trayectoria, como el escritor de Eternamente joven (con Mel Gibson) y la superproducción Armaggedon, después de su éxito en televisión Abrahams logró involucrarse en proyectos como Misión imposible 3, de la cual supo salir avante y, sobre todo, la precuela de Star Trek. Y si en la primera tuvo que lidiar con su responsabilidad como orquestador del vehículo de lucimiento de Tom Cruise, con la segunda se enfrentó acaso con algo peor: los fans de la serie, quienes para su buena fortuna lo aprobaron.
A esas alturas, Abrahams había demostrado su habilidad como contador de sustanciosas historias de ciencia ficción, que no dejaban de lado el interés por los personajes. Sin embargo, en Super 8, lejos de ser el simple pastiche de Spielberg (en la versión de ciertos críticos de cine), Abrahams tiene su mejor película hasta la fecha.
Súper 8 (Super 8, EUA, 2011) cuenta la historia de un grupo de adolescentes, quienes viven en un pequeño pueblo de los Estados Unidos, el ficticio Lillian, Ohio, en pleno verano de 1979.
Los jóvenes se dedican a grabar una película de zombis en el formato casero de súper 8 mm, cuando por mera casualidad se convierten en testigos de un espectacular accidente de un ferrocarril. Y el cargamento del tren, a cargo del ejército, resulta ser nada menos que un extraterrestre, con las consecuencias del caso para el pueblo y sus habitantes.
Problema mayúsculo, acaso uno de los más desafiantes del cine de ciencia ficción y fantasía, es representar al extraterrestre. Pocas cosas han estimulado de esa forma la llamada “cultura popular”, entre el delirio de las conspiraciones y la obsesión de ciertos ciudadanos  por apelar a la vida después de la muerte al margen de la religión.
Sin embargo, no es esa la mayor apuesta de la película y cuando finalmente el espectador puede ver al monstruo éste no resalta por su originalidad (se parece un poco a los extraterrestres de la nueva serie de Spielberg, precisamente, Falling Skies). Mucho más interesante es su nave espacial, que los muchachos de la película relacionan con un cubo de rubik, otro artefacto típicamente ochentero. Hay un video casero, como en aquellas escenas de Lost, en el cual se explica parte del misterio y siempre hay una parte que, con sabiduría, se omite.
Pero no, lo mejor de la película no está en sus escenas de acción o los misterios a los cuales alude con sutileza  (¿de qué le sirven al extraterrestre los humanos en su improvisado “laboratorio”?), sino en la interacción entre sus personajes adolescentes.
Pocas veces en este año el sentido del humor había tomado formas tan inteligentes, con diálogos como los sostenidos entre entre Joe (Joel Courtney) y sus amigos, sobre todo en el caso del dictatorial Kaznyk (Riley Griffiths). ¿Y la historia de amor veraniego entre Joe y Alice (Elle Fanning)? Podría alegarse que los jóvenes responden a tópicos: el gordo, el de lentes, el miedoso (o sus combinaciones). Pero se olvida que los tópicos en ocasiones tienen su lado real y aquí los muchachos no están caricaturizados, sino construidos con lo mejor de la tradición para gloria del género. 


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