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viernes, 28 de octubre de 2011

'El árbol de la vida'


Precedida por el gran premio del Festival de Cannes, la Palma de Oro como mejor película y por el beneplácito de la crítica norteamericana, El árbol de la vida (The Tree of Life, EUA, 2011) es una película nada menos que de Terrence Malick, director con 40 años de carrera y “sólo” cinco películas, desde que debutó en 1973.  Desde entonces se ha dedicado a construir una de las trayectorias más reconocidas del medio.
El espectador mexicano tal vez lo recuerde por La delgada línea roja (1998), película acerca de la batalla del Guadalcanal, durante la II Guerra. Una cinta de más de dos horas y media que lo retrata como cineasta: en ella se distingue su fijación por la naturaleza, que es vista como un espectáculosublime en el cual irrumpe el hombre pecador; o bien, esos arrebatos místicos acerca del “sentido de la vida”, así como constantes dudas acerca del plan divino, al cual finalmente los personajes se rinden, como en apariencia no puede ser de otra forma.
No es muy distinto lo que ocurre en esta su más reciente película, porque el alegato pacifista acerca de la inutilidad de la guerra de La delgada línea roja se repite en El árbol de la vida bajo la forma del fracaso del autoritarismo paterno, que sólo consigue exacerbar la agresividad del hijo y termina por convertirlo en un rebelde torturador de animales, nos cuentan. Mientras, la madre es mostrada casi como una virgen bondadosa que prodiga amor sin límites y en una escena flota por los aires, en lo que parece ser el ensueño de uno de los personajes.
La delgada línea roja y El nuevo mundo (su relato de la fundación de Jamestown, durante la colonización inglesa en América) conseguían retratar el drama del rotundo fracaso de un amor: en la primera, con la desafortunada historia de un soldado que es abandonado por su novia, quien lo deja por otro mientras él está nada menos que en el frente; en la segunda, en las figuras históricas de John Smith y Pocahontas.
Ahora Malick retrata, desde la perspectiva de los hijos, la distancia entre estos y el padre, a veces amoroso y otras tantas ocasiones de carácter fuerte y exigente, a veces brutal. Sin embargo la conclusión es harto distinta: ahora los personajes se enfrentan pero al final son redimidos por el amor que predica la madre y, en una escena que asombra por su vulgaridad, se reúnen en un más allá armónico que tiene el aspecto de una playa y otras veces de un desierto.
Lo mejor de la película está en el relato, muy brillante, del desarrollo de los hijos, desde que son apenas unos bebés. Malick hace que los personajes interactúen con el agua, el viento, en una especie de fiesta con la naturaleza, que destaca más cuando se le usa no como Madre suprema sino como campo de juegos. La música clásica y la ópera, que en apariencia solo están ahí para hacer aun más solemne el relato, en realidad responden a los gustos del padre, como luego se revela.
En los últimos años el documental de tintes ecologistas ha retratado con grandes alardes técnicos la complejidad de la flora y la fauna del orbe, así como las imponentes montañas y mares. Por eso el ejercicio de Malick tal vez llegue un poco tarde y solo pueda ser redimido por sus mayores osadías.
El riesgo es mayúsculo y la ambición no siempre se refleja en aciertos. La peor parte le corresponde al actor Sean Penn, que interpreta a uno de los niños en la edad adulta. El actor camina por la ciudad con la mirada perdida, hastiado al parecer por su vacío existencial o por la muerte de uno de los personajes, no se sabe con certeza. Lo cierto es que luego lo vemos caminar sin rumbo aparente por desolados parajes, hasta una conclusión tan predecible como ingenua.
Sus ideas son más efectivas cuando el riesgo parece mayor, decíamos: la aparición de un dinosaurio en una playa desierta, por ejemplo. Luego, otro más en un bosque. Imágenes como esas en el contexto de un drama familiar lejos de ser inapropiadas le dan otro sentido al conjunto. Malick pretende poner en escena ese “algo” trascendental tan propio de su cine, en una película que propone un viaje desde la creación hasta un apacible apocalipsis. 

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