En un mundo mejor (Hævnen, Dinamarca| Suecia, 2010) de Susanne Bier, es la más reciente
ganadora del Globo de Oro y del Oscar como mejor película extranjera. Como se
sabe, se impuso a una película hispana, Biutiful
(México| España, 2010), del famoso director Alejandro González Iñárritu.
Curiosamente,
ambas películas abordan temas parecidos: la difícil relación entre una pareja
que se ha separado, así como la lucha por la sobrevivencia al lado de los
hijos. Cada una lo hace a su manera, desde luego: en determinado momento,
González Iñárritu toma una vertiente sobrenatural, mientras que Bier se
mantiene en un registro “realista”. Todo lo anterior sin perjuicio de que ambas
aborden problemas sociales: Biutiful
muestra las contradicciones de la España actual, por medio de las taras de la progresista Barcelona; en Hævnen, la historia está ubicada en un
país todavía más idealizado, Dinamarca, pero que aquí se nos muestra como una
sociedad donde no es rara la tensión entre daneses y suecos.
Como
ya se ha comentado aquí en otras ocasiones, el arte escandinavo de los últimos
años se ha revelado como un contrapeso del mito de la Europa sublime, esa donde
el “Estado de bienestar” oculta una sociedad que simplemente no se corresponde
con la imagen que durante años han puesto a la vente los ideólogos europeístas.
Libros
como Los hombres que no amaban a las
mujeres le cuentan a los devotos de Europa lo impensable: en Suecia hay
hombres maltratadores, neonazis, redes de prostitución, empresarios corruptos,
en fin, lacras que definitivamente no se asocian con esa Europa de la
propaganda.
En
otra película sueca muy exitosa, Déjame
entrar, el protagonista es un niño que sufre el maltrato de sus compañeros
de escuela, igual que el Elías (Markus
Rygaard) de En un mundo mejor. Aquél
es redimido por la amistad de un ser sobrenatural, una niña que guarda un
secreto; éste supera el acoso escolar gracias a la intervención de otro niño
vengador, Christian (William Jøhnk
Nielsen), pero con problemas muy terrenales: su madre ha muerto de cáncer y
su relación con su padre, Claus (Ulrich
Thomsen), es pésima.
La
historia se complementa con la aventura de un médico, Anton (Mikael Persbrandt), quien presta sus
servicios en un conflictivo país africano: hasta su improvisado consultorio
llegan las víctimas de un matón local, Big Man (Odiege Matthew), afecto a torturar niñas.
La
violencia es, entonces, el gran problema de la cinta: ¿cómo se afronta? No es
una violencia cualquiera, sino una que involucra niños, con frecuencia indefensos.
En un primer momento, pareciera que la película se opone al armonismo, muy
propio de la Europa sublime, por cierto. Uno de los personajes, pacifista
consumado, sufre un revés que lo pone de frente a una realidad muy dura en la
cual su idealismo queda en entredicho… pero sólo temporalmente: los personajes
vislumbran el horror aunque luego se reivindiquen el perdón y la esperanza, en
franco contraste con lo que podía concluirse de las escenas del campamento y el
dilema ético del doctor. Un personaje lo dice con claridad: entre la muerte y
nosotros hay un velo que a veces se aparta, pero luego el tiempo lo arregla.
Otro
ejemplo: cuando los niños pelean de forma brutal y las autoridades de la
escuela quieren arreglarlo todo por medio de un apretón de manos, la medida
parece insuficiente: el problema de los alumnos sigue ahí pero quienes mandan
no parecen (o no quieren) notarlo.
En
otros momentos, la directora Susanne Bier saca conclusiones que serían acaso
más apropiadas en una película menos ambiciosa: el niño es afecto a un videojuego
violento, así que no deben extrañarnos sus actos de más adelante.
Sin
embargo, a pesar de esos titubeos entre la tragedia sin concesiones y el drama
en el cual no todo está perdido, En un
mundo mejor muestra a un conjunto de personajes de gran interés, como la
madre, Marianne (Trine Dyrholm) y el
dolor de su rostro. Personajes intensos que interactúan en una historia que no
siempre está a la altura del conflicto que propone.
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